miércoles, agosto 27, 2008

El escritor José Luis Zárate es el autor de Xanto, novelucha libre (1994), Hyperia (1999), Permanencia voluntaria (1990), Las razas ocultas (1999), Magia (1994), Quitzä y otros sitios (2002), En el principio fue la sangre (2004) y La ruta del hielo y de la sal (novela por la que en 1998 obtuvo el Premio Internacional de Ciencia Ficción y Fantasía MecyF).

En el principio fue la sangre (Universidad de Guadalajara/Ediciones arlequín) agrupa ensayos en los que Zárate explora el mundo de los asesinos seriales, los vampiros, los marcianitos verdes (y otros no tan verdes) y –como leemos en la contraportada- demás bichos nefastos y poderosamente seductores de la imaginación escrita, la imaginación popular y la cruda realidad. Zárate nos permitió subir el siguiente texto (lo cual le agradecemos mucho), en éste reflexiona sobre los extraterrestres dentro y fuera de las pantallas cinematográficas, pero siempre dentro de nuestra mente.


LOS OVNIS DE NUESTRA MENTE
José Luis Zárate

¿Qué fue primero: el huevo o la gallina, el ovni en las alturas o la pantalla?

24 kilómetros de largo, surgiendo de un camuflaje de nubes incandescentes: las naves alienígenas de El día de la Independencia descendieron sobre el mundo entero, usando millones de salas cinematográficas como cabezas de playa para la invasión.

Meses después empezaron los avistamientos de ovnis titánicos.

Las pruebas: temblorosos videos de aficionados que fueron los únicos en darse cuenta de que una ciudad manufacturada flotaba en las alturas.

Los testigos nada dijeron de efectos atmosféricos causados por tener una masa tan enorme flotando en las alturas, cambios de presión, túneles de viento. Nada.

Sólo la imagen.

No es extraño que no fuera fácil creerles.

La imagen engaña, y eso lo sabe cualquier aprendiz de mago, todos aquellos que les gusten los efectos ópticos, quienes pagan para observar las maravillas falsas de las películas.

La gente que muestra sus fotografías y sus videos como pruebas irrefutables de que hay algo flotando despreocupadamente allá afuera, olvidan que nuestra civilización ha convertido la manipulación de imágenes en un juego.

Ningún negativo, ningún video casero será –jamás- la prueba definitiva.


Steven Spielberg le encargó a Douglas Trumbull, técnico en efectos especiales, las naves extraterrestres más “realistas” que pudiera conseguir en Encuentros cercanos del tercer tipo. El título se refiere a las fases de un “encuentro cercano”. La primera fase es el avistamiento. El ovni en las alturas, revoloteando envuelto en luz.

Trumbull menciona, en el press-book de la cinta, que analizó las fotografías más famosas de ovnis y que lo único que encontró fueron “reflejos de luz, difracción en la lente de las cámaras, defectos de la película, fenómenos atmosféricos.” Nada difícil de copiar.

Añadieron maquetas, y una monstruosa nave nodriza más grande que una montaña, pero la dramática primera aparición de lo extraño no fue más que la magnificación de esos errores.

Existe un rumor muy difundido de que Spielberg usó ovnis reales en su famosa cinta.

Eran tan “verdaderos”, según la mitología ovni. Idénticos a las pruebas “irrefutables”.

¿El huevo o la gallina?

Las naves de esa cinta fueron creadas a partir de lo que la imaginación popular consideraba que debían ser los transportes alienígenas y esa imaginación utiliza ahora las películas como prueba.

No en balde llaman al cinematógrafo: la máquina de sueños. A veces sueños reciclados, cierto, pero sueños al fin.

En la cinta El día que paralizaron la Tierra, un ovni hace el mismo recorrido turístico que las naves de ID4 y aterriza en el jardín delantero de la Casa Blanca, para que Klatuu y su robot traten de darle a 34 tanques y 72 soldados apuntándoles a la cara su mensaje de paz.

Y En la Tierra contra los platillos voladores, el mago en efectos especiales, Harryhausen, destruye los mismos símbolos patrios estadounidenses.

Ambas cintas fueron estruendosos éxitos de taquilla en su momento.

Explotaban un par de hechos evidentes: el miedo al “otro”, típico de la Guerra Fría, y la ola de “avistamientos” de ovnis.

Algunos psicólogos insisten en que el platillo volador es una buena figura para cristalizar en ella temor y desasosiego. En épocas difíciles, expresan tanto el miedo a lo desconocido así como la esperanza de que alguien pueda ayudarnos.

Antes fueron las hadas.

Gabriel Benítez, escritor mexicano de ciencia ficción, dice que existe una pauta clara entre las leyendas de gente llevada al país de las hadas y los secuestros (abducciones) extraterrestres.

El contacto en lugares solitarios, donde la maravilla puede existir libre de miradas ajenas. El contacto tímido al principio: las hadas revoloteando envueltas en luz, los ovnis que no se animan a aterrizar. Después, la invitación: entrar a un árbol mágico o a la nave alienígena. Alguien, una figura en particular, sirviendo de guía. El milagro al alcance de la vista. Y un hecho típico en ambas experiencias: el descubrimiento del testigo de algo que no comunica a sus captores; puede ser el mapa estelar que diga el punto de origen, el objeto maravilloso que da poder a las hadas. Luego la huida...

Benitez dice: “Bueno, no vayamos tan atrás: las abducciones extraterrestres siguen el mismo patrón que el encuentro con el Nautilus en Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne.”

Juegos de espejo entre la necesidad humana de maravillas y las imágenes ofrecidas por los medios.

No es casualidad que se filmara una cinta titulada Hadas: una historia verdadera, que utiliza las nuevas técnicas de efectos especiales para narrar la vida del par de hermanas inglesas que tuvieron pruebas fotográficas “irrefutables” de la existencia de las hadas con sombrerito puntiagudo y botitas de piel.

Rodenberry, el creador de Star Trek, mencionó que deseaba que sus vulcanos fueran realmente extraterrestres, pero nadie iba a aceptar en aquella época, nada muy extraño. Las orejas puntiagudas tal vez fueran demasiado en ese tiempo en que los éxitos televisivos eran magnificaciones del american way of life.

Pocos saben que la primera prueba de cámaras de Leonard Nimoy con su maquillaje alienígena y su traje de la federación (phaser incluida) fue en la escenografía de Yo amo a Lucy: la típica salita gringa.

Todo manual de guiones cinematográficos trae la siguiente recomendación: ofrece algo con lo que el público pueda identificarse.

En E.T., fueron los grandes ojos llenos de comprensión y necesidad del muñeco. Alguien comentó que era extraño que las fibras emotivas de la nación fueran tocadas por un ser de alambre y plástico.

Grandes ojos y propósitos nobles.

John Clute, editor de la Enciclopedia de la ciencia ficción, menciona en un programa del Discovery Channel, que la gente que tuvo encuentros cercanos con extraterrestres grises de alma pura y gran corazón en realidad se encontraron con el E.T. de Spielberg.

Sin embrago, no sólo el cine afecta al mundo real. El mundo real modifica también al cine.

Stanley Kubrick dice que deseaba que 2001 fuera una descripción realista de un viaje espacial. Por ello sus diseñadores se basaron en las naves espaciales reales de la NASA para dar un aspecto tecnológico creíble. En el cine casi todas las naves eran lisas, pulidas, de una pieza.

La Discovery usaba mil paneles en la superficie, retazos tecnológicos formando un casco lleno de detalles realistas.

De ahí en adelante, toda nave espacial que quisiera parecer real debía estar formada por paneles.
Vean, si no, la diferencia entre la enterprise de la serie de televisión y la enterprise de la primera película.

Las naves de ataque de La guerra de las galaxias son hermosos cazas aerodinámicos que no tienen por qué serlo, dado que atacan en el espacio sin aire, pero era necesario, ya que Star Wars usa como escenario de su primera parte una atmósfera basada en la Segunda Guerra Mundial: con su resistencia y sus nazis creadores de estrellas de muertes genocidas. Por ello, el enfrentamiento final es una recreación high tech de la batalla de Inglaterra.

Isaac Asimov se quejaba amargamente de las imprecisiones: ¿para qué usar humanos en los cazas?, ¿por qué tenían que apuntar manualmente?, ¿no una civilización que puede crear esas preciosas miniaturas cinematográficas debe haber apuntado ya sistemas automáticos de guía?

Menos mal que no vio Star Trek II. Ahí ni siquiera son batallas aéreas. En la trama de La ira de Khan la enterprise y otra nave se enfrentan en una bella recreación de los duelos entre buques piratas. Usan torpedos Photon en vez de cañones, pero las imágenes son idénticas. El bombardeo en línea de flotación.

Actualmente, los directores buscan no sólo estar conscientes de sus influencias, sino hacerlas bastante reconocibles.

Mars attacks!!, de Tim Burton, homenajea y se burla al mismo tiempo de todas esas cintas de ciencia ficción barata que tenían más imaginación que recursos para llevar sus extrañas visiones a la pantalla. Es un canto a las naves movidas por hilos y a los extraterrestres de cartón-piedra.

El cine de ciencia ficción ha ofrecido una “sensación de maravilla” que devuelve esa fascinación ante lo extraño, el encuentro con lo fantástico.

Los grandes presupuestos lo logran: revivir dinosaurios, mostrar ataques multitudinarios de naves, extraterrestres simpáticos.

Pero no todos tienen esos recursos.

Ello no ha desanimado a los imaginativos, aquéllos que no se detienen ante nada para plasmar sus imágenes de lo que puede ser lo alienígena.

La filmografía mexicana es rica en esos ejemplos de cine de ciencia ficción realizado con tres centavos y sin un guión terminado.

Clavillazo se enfrentó a unos ojos babeantes que deseaban apoderase del mundo, utilizando para ello imágenes de la cinta estadounidense Destination: Moon, y partes de la serie de televisión El túnel del tiempo.

Piporro se enfrentó a una vampiresa venusina, un esqueleto marciano y un robot llamado Tractor; enamorado de una sinfonola, en La nave de los monstruos, donde un cohete alienígena lleno de lo peor de la escoria intergaláctica desciende en Monterrey para, como primera muestra de su malignidad, comerse la vaca de Piporro tan rápido que encuentra el esqueleto aún de pie en el establo.

Los efectos sonoros son, realmente, lo más extraterrestre que pueda encontrarse.

La vampiro (Lorena Velásquez, of course) cuando se convierte en murciélago chilla como gaviota playera, y el monstruo de peluche intergaláctico imita perfectamente a un león cuando ataca.

Zovek, el escapista mexicano, tiene el mérito de haber detenido una invasión marciana, comandada por Wolf Ruvinskis, estrellando una camioneta de redilas contra un ovni.

¿Y alguien recuerda la cinta Una galaxia llamada Roma, donde una civilización extraterrestre usa togas, minifaldas romanas y una alienígena que se llama Frijol-ito se enamora del astronauta nacional, representado por “El Pichi”?

El famosísimo astro del cine mudo, Buster Keaton, trabajó durante su época más baja en una cinta mexicana de ciencia ficción: el moderno Barba Azul, en donde acompaña a unos astronautas vestidos con togas de hechiceros con sombreros de pico. Los marcianos llegaron ya muestra cómo el coche experimental de Resortes es confundido con un ovni, como si los ramblers de aletas existieran en toda la galaxia.

Existe una cinta en que unos niños extraterrestres vienen a la Tierra para platicar con Keiko en Reino Aventura, con los efectos especiales más penosos en la historia del cine.

Bueno, después de todo la nave alienígena gigante de Viaje a las estrellas IV: Regreso a casa, viene a hacer exactamente lo mismo.

Cada una de esas cintas trataba de entrar en los sueños colectivos, poner su granito de arena en el imaginario social.

La autopsia extraterrestre transmitida por la cadena televisiva Fox se ha convertido en una referencia obligada, ya sea para burlarse o para creer en ella. Un extraterrestre gris, medio enanito, abierto en un canal de una forma en que ningún médico lo haría.

¿El huevo o la gallina?

Alguien trató de representar como verdad un mito, pero el mito del ovni estrellado en Roswell nació de una porción de verdad.

Algo se estrelló en el desierto. Ese algo pudo ser un millón de cosas: incluyendo un ovni, por supuesto.

La leyenda lo convirtió en un hombrecito gris, indefenso, un niño galáctico en garras de militares despiadados.

¿Quién no se sentiría indefenso, a 25 millones de años-luz de casa, rodeado por la incomprensión humana?

Los guionistas lo dicen: que el público se identifique con algo.

La soledad, el desamparo, lo nerviosos que nos ponen los gobiernos que guardan secretos, la desconfianza hacia las autoridades.

Los Expedientes secretos X son un buen ejemplo de cómo una serie de ficción puede captar el espíritu de una época.

La Dimensión desconocida y Viaje a las estrellas lo lograron antes, descripciones de su sociedad.

La paranoia, el desamparo ante los aparatos represivos, las mil explicaciones contradictorias que no explican nada. La necesidad de algo más allá de las mezquindades terrestres.

I want to Belive, yo quiero creer, reza el póster de un ovni que Fox Mulder tiene pegado en su oficina.

Los hombres que miran el cielo con sus cámaras de videos también quieren creer.

Nosotros que sintonizamos lo extraterrestre en nuestro televisor, que vamos a verlo en cintas taquilleras, que lo disfrutamos en video.

Los ovnis de nuestra mente sobrevuelan sueños colectivos y buscan el contacto cercano.

La fascinación.

sábado, agosto 23, 2008

El pasado domingo 17 de agosto se llevó a cabo (en el Sanborns de División del Norte) la XIV Tertulia de Ciencia Ficción de la Ciudad de México. En esta ocasión platicamos de Crónicas Marcianas y de la película Steamboy. Bueno, yo no vi la película, así que Jorge Armando (quien las organiza) no quiso ponerme una estrellita en la frente, tampoco el sello de hormiguita trabajadora :(

De izquierda a derecha Jorge Armando, Armando, Brenda, Ángel, Luis y yo

Para Bradbury un escritor no puede ser tibio, el atole en las venas no va con la escritura: “Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es un escritor a medias. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano.”

Para el autor de Crónicas Marcianas es imposible separar vida y escritura: “No escribir, para muchos de nosotros, es morir. Si uno no escribiese todos los días, uno acumularía veneno y empezaría a morir, o desquiciarse, o las dos cosas. Uno tiene que mantenerse borracho de escritura para que la realidad no lo destruya. Porque escribir facilita las recetas adecuadas de verdad, vida y realidad, que permiten comer, beber y digerir sin hiperventilarse y caer en la cama como un pez muerto”.

Bradbury ha manifestado que la ciencia ficción es tan sólo la tercera parte de su trabajo como escritor, ¿y cómo define la ciencia ficción?

“La historia entera de la humanidad consiste en solucionar problemas; la ciencia ficción devora ideas, las dirige y nos dice cómo sobrevivir. Una cosa acompaña a la otra. Sin la fantasía no hay realidad. Sin estudios sobre pérdidas no hay ganancias. Sin imaginación no hay voluntad. Sin sueños imposibles no hay posibles soluciones... toda ciencia ficción es un intento de resolver problemas mientras se finge mirar para otro lado. En otro lugar he descrito este proceso literario como el enfrentamiento de Perseo con la Medusa. Con los ojos en la imagen de Medusa reflejada en su escudo de bronce, mientras finge desviar la mirada, Perseo lanza el brazo por sobre el hombro y decapita al monstruo. Así la ciencia ficción simula futuros a fin de curar perros enfermos en los caminos de hoy. El tropo lo es todo. La metáfora es el remedio... Al parecer, pues, somos todos niños de ciencia ficción que soñamos nuevas formas de supervivencia... De nuevo esa Verdad: la Historia de las Ideas; no otra cosa ha sido siempre la ciencia ficción. Ideas alumbrándose a sí mismas en hechos, muriendo sólo para reinventar nuevos sueños e ideas y renacer en formas y figuras aún más fascinantes, algunas permanentes, todas con una promesa de Supervivencia.”

martes, agosto 19, 2008

¿Quién puede asegurar que los insectos no son las criaturas favoritas de Dios? Jesucristo caminó sobre las aguas, tal y como lo hacen algunos de esos bichos.

Los alquimistas del siglo XVI encontraron lo que tanto les quitaba el sueño: el secreto de la inmortalidad... Y lo encontraron justo en los insectos.

Cuatro siglos más tarde, el gran secreto es hallado -por pura casualidad- por Jesús Gris, un anticuario que radica en la Ciudad de México. Pero aquello que llega a las manos del anciano anticuario es buscado desesperadamente por el empresario De la Guardia, quien, a causa de una enfermedad, se sabe cerca de la muerte...

Un extraño artefacto con forma de araña o escarabajo que encierra en su interior a un pequeño dios... Un aparato con engranes, patas afiladas y un aguijón con el que la pequeña deidad realiza su trabajo: revitalizar, rejuvenecer, transformar al usuario en una criatura que necesita alimentarse de sangre... ¿Aceptará el señor Gris el regalo que el destino ha puesto en sus manos?, ¿aceptará cambiar su naturaleza a cambio de la vida eterna?

Cronos es una fascinante película escrita y dirigida –bien lo saben los amantes de las películas de terror, ciencia ficción y fantasía- por Guillermo del Toro.

El humor no está ausente en esta cinta, me refiero a la parte en la que creyendo que el hombre dedicado a las antigüedades ha muerto, es maquillado para el funeral.

Jesús Gris, su esposa y su pequeña nieta (quien será testigo de la transformación de su amado abuelo) asisten a una fiesta de fin de año. A un hombre le comienza a sangrar la nariz y decide dirigirse al baño, Jesús Gris le sigue. Una vez que aquel hombre detiene la hemorragia y sale del baño, Jesús observa la sangre que quedó en el piso, no puede resistirse... se tira al suelo y la prueba. Esa es mi escena favorita.





Jesús Gris encuentra el extraño mecanismo que habrá de cambiar su vida...

viernes, agosto 08, 2008

Las tradiciones organicista, hermética y mecanicista durante la revolución copernicana


La búsqueda de la piedra filosofal

“Su piel amarillenta apenas si cubría la red de músculos y vasos sanguíneos. Su cabello era largo y sedoso, sus dientes muy blancos, pero todo ello no lograba más que realzar el horror de los ojos vidriosos, cuyo color podría confundirse con el de las pálidas órbitas en las que estaban profundamente hundidos, lo que contrastaba con la arrugada piel del rostro y la rectilínea boca de negruzcos labios.”

Tal era el aspecto de la creación de aquel filósofo de la naturaleza. El doctor Víctor había estudiado y trabajado arduamente para lograr su objetivo: tener poder sobre la vida y la muerte. Logró llegar a su meta una lluviosa madrugada del mes de noviembre; sin embargo, lejos de sentir felicidad, el terror se apoderó de él.

Sólo una pequeña vela a punto de consumirse iluminaba aquel salón, sin embargo, fue suficiente para que Víctor pudiera observar su obra. Le vio abrir los ojos, respirar y mover sus miembros.
El doctor huyó sin saber que al hacerlo el dolor y el sufrimiento comenzarían a expandirse. La historia podría haber sido diferente si hubiera actuado de forma responsable, si se hubiera hecho cargo de la criatura a la que había dado vida.

Por supuesto nos referimos al doctor que imaginara Mary Wollstonecraft Shelley: Víctor Frankenstein. ¿Por qué hay quienes consideran que Frankenstein o El moderno Prometeo es la primera novela de ciencia ficción? Porque –tal y como la misma autora explica- es la ciencia y no la magia lo que permite al Dr. Víctor retar a la muerte. Shelley hacía referencia a los trabajos del investigador Erasmus Darwin, abuelo del autor de El origen de las especies (también hacía referencia a “otros escritores científicos alemanes”, pero no especificó de quienes se trataba).



Uno de los rasgos más importantes de la personalidad de Víctor Frankenstein es su curiosidad, de hecho, esa curiosidad está entre sus primeros recuerdos: “El mundo era para mí un secreto que aspiraba a descubrir. La curiosidad, la más tenaz investigación de las leyes secretas de la naturaleza y la alegría que me embargaba al encontrarlas, son, en efecto, las primeras sensaciones de las que guardo memoria.”

Frankenstein se recuerda a sí mismo como un jovencito cuya violencia encontraba una salida en sus deseos de aprender: “Eran los secretos del cielo y de la tierra los que quería descubrir y, tanto si me interesaba por la sustancia exterior de las cosas como si lo hacía por el lado oculto de la naturaleza o por el misterio del alma humana, mis investigaciones estaban siempre encaminadas hacia la metafísica o, en su expresión más elevada, hacia los secretos físicos del mundo.”

Pero ¿en qué momento entró la filosofía natural a su vida? Cuando descubrió la obra de Cornelius Agrippa. Posteriormente encontró los trabajos de Paracelso y de Alberto el Grande.

Para Frankenstein aquellos escritos se convirtieron en un tesoro. En cambio, las obras de los científicos de su tiempo le parecieron aburridas: “Se ha dicho de Sir Isaac Newton que, frente al gran océano inexplorado de la verdad, se sentía como un niño que recogiera pequeñas conchas en la playa. Aquellos de sus sucesores que se enfrascaron en las diversas ramas de la filosofía natural y que yo había leído, aparecían a mis ojos infantiles como dedicados a una tarea semejante.”

Víctor se convirtió en autodidacta y se lanzó a la búsqueda de la piedra filosofal y el elixir de la vida. Comenzó a soñar con la gloria que podría lograr en caso de “liberar al organismo humano de la enfermedad y hacer del hombre un ser invulnerable a todo menos a la muerte violenta (...) Fue así como, por un tiempo, me entregué a los sistemas alquimistas, mezclando como un no iniciado multitud de datos contradictorios, pataleando desesperadamente en un auténtico maremágnum de disparatados conocimientos, acicateado por una imaginación desenfrenada y un razonamiento infantil.”

Tenía alrededor de quince años cuando fue testigo de una tempestad de increíble violencia. Un rayo alcanzó un árbol, y al día siguiente una persona le explicó cuestiones de electricidad. Un cambio importante se produjo en Frankenstein: “Lo que nos explicó tuvo la virtud de relegar considerablemente a Cornelius Agrippa, Alberto el Grande y Paracelso, los antiguos maestros de mi imaginación. La desmitificación de mis ídolos arrebató todo interés a mis habituales experimentos, me parecía que ya nada podía ser descubierto. Por uno de estos caprichos del espíritu a los que, sin duda, somos más vulnerables en la juventud, abandoné todas mis antiguas actividades. Consideraba que la filosofía natural y cuanto la rodeaba no era más que una deforme creación, un aborto. Esta pretendida ciencia, pensaba yo, jamás podrá superar el nivel más bajo del auténtico conocimiento y, movido por este estado de ánimo, me lancé hacia las matemáticas y las ciencias que se relacionaban con ella, pues, era evidente, aquellas materias estaban basadas en fundamentos ciertos y eran, por lo tanto, dignas de consideración.”

Al año siguiente el joven Víctor fue enviado a la universidad. Dos hechos marcaron entonces su terrible destino: La muerte de su madre y su encuentro –ya en la universidad- con un profesor dedicado a la filosofía natural.

En la universidad Víctor platica sobre sus lecturas favoritas y el profesor Krempe muestra su disgusto. “¿Realmente ha dedicado su tiempo a semejantes estupideces? (...) Jamás hubiera podido creer que descubriría, en nuestro científico siglo, a un anacrónico discípulo de Alberto el Grande y de Paracelso. Amigo mío, no queda otra solución que comenzar por el principio.”, comenta Krempe. Así es como Víctor recibe una relación de obras de filosofía natural.

Los pensamientos y sentimientos de Víctor se van modificando. Al inicio ve con aburrición las obras que le recomendaron, aquellos trabajos le siguen pareciendo inferiores a los de los alquimistas; pero un día escucha las palabras que terminarán turbando su alma, las palabras del señor Waldman, quien se dedica a la química:

“Los antiguos maestros de esta ciencia prometían lo imposible sin conseguir nada. Los científicos modernos prometen poco; saben que los metales no pueden ser transmutados y que el elixir de la vida es una quimera. Sin embargo, estos filósofos cuyas manos parecen servir tan sólo para hurgar en la suciedad y manejar el microscopio o el crisol, han conseguido auténticos prodigios. Se introducen en las profundidades de la naturaleza y averiguan sus secretos motores. Han descubierto el firmamento, el principio de la circulación sanguínea y la composición del aire que respiramos. Han logrado poderes nuevos casi ilimitados, dominan el rayo, determinan los terremotos y descubren, algunas veces, aspectos del mundo invisible.”

Aquel discurso hizo arder su alma. Estudiaría, haría grandes descubrimientos... Se convirtió en discípulo de aquel químico, conoció el laboratorio. Víctor, en aquel punto, ignoraba que se dirigía al abismo.


La figura de Isaac Newton

Para Augusto Comte hay tres estados por los que pasa el conocimiento:

1. Estado teológico o ficticio. Los hechos observados son explicados según hechos inventados, los fenómenos son causados por agentes sobrenaturales.
2. Estado metafísico o abstracto. Liga los hechos según ideas que no son ya en absoluto sobrenaturales por entero.
3. Estado científico o positivo. Es el modo definitivo de una ciencia cualquiera. Los hechos están ligados de acuerdo con ideas o leyes generales de un orden enteramente positivo, sugeridos o confirmados por los hechos mismos, y que con frecuencia no son sino simples hechos lo bastante generales como para convertirse en principios. Se procura reducirlas siempre al menor número posible, pero sin instituir ninguna hipótesis que no sea de naturaleza comprobable algún día por la observación, y no considerándolas en todos los casos más que como un medio de expresión general de los fenómenos. En este estado ya no se buscan nociones absolutas, se renuncia a buscar el origen y destino del universo, no se buscan las causas íntimas de los fenómenos; sólo se buscan leyes efectivas.

El mismo Comte afirmaba que la experiencia personal puede mostrar los tres estados: en la infancia se suelen imaginar seres mágicos, en la juventud se buscan causas permanentes pero imaginadas, en la madurez se observan los hechos y se trata de descubrir sus leyes.

Comte sugería revisar la historia de la astronomía, la física, la química y la fisiología para ver que su interpretación de los estados del conocimiento es correcta. De igual forma, consideraba que la política ya había pasado por las dos primeras etapas y que estaba lista para pasar a la tercera y definitiva (en política, el estado teológico es el de los reyes, la doctrina de los pueblos corresponde al estado metafísico, en el estado positivo la burguesía está en el poder), “la política está llamada a convertirse en una ciencia positiva”.

Para Comte el estudio de la filosofía positiva debe seguir el siguiente camino: matemática, astronomía, física, química, fisiología y física social.

Por otro lado, en cada estado se hace filosofía de formas distintas: “La primera (teológica) alcanza su meta cuando se sustituye la acción providencial del ser único a las numerosas divinidades que antes había imaginado, es decir, con el monoteísmo cristiano. De igual suerte, la filosofía metafísica obtuvo su término al concebir, en lugar de diversas entidades particulares, una gran entidad general, o sea la naturaleza considerada como la fuente única de los fenómenos (su apogeo sería, pues, el panteísmo materialista). Así también la filosofía positiva llegará a su perfección al poder representar todos los fenómenos bajo un solo hecho general, por ejemplo, la gravitación: Ejemplo admirable de explicación positivista es, la ley de Newton sobre la atracción universal, que permite unificar todos los fenómenos astronómicos bajo esa ley.”

Comte era un admirador del autor de los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. Newton era el representante supremo del estado científico del conocimiento de la naturaleza. Vimos en la primera parte la forma en que el profesor Krempe se asombra y molesta ante las lecturas predilectas de Víctor Frankenstein. ¿Alquimistas? ¡Basura! Si un personaje pudo sacar por la puerta trasera del conocimiento auténtico a semejantes charlatanes, ese fue Isaac Newton. Pero ¿tal interpretación es correcta?

Charles Webster, en su texto De Paracelso a Newton, explica: “Uno de los resultados principales de la forma como se ha desarrollado la historia de la ciencia en el presente siglo (siglo XX) ha sido la introducción de una barrera entre las culturas de Paracelso y Newton (...) Nuestra imagen de Newton está firmemente asociada con los valores de la Ilustración y del mundo moderno, mientras que el nombre del enigmático e inaccesible Paracelso conlleva la extraña asociación de una mente torturada que lucha de manera infructuosa por escapar de los laberintos de los siglos oscuros (..) existe la tendencia a generalizar las diferencias entre la oscura época del precopernicanismo y la Ilustración del newtonismo.”

Webster considera erróneo considerar una perfecta correlación entre el surgimiento de la ciencia y la declinación de la magia.


¿Qué hubiera pensado Comte en caso de haber podido dar un vistazo a los documentos alquímicos y teológicos de Newton? En la ciencia de Newton coexistieron los tres estados propuestos por Comte, de hecho existieron durante toda la llamada revolución científica; de tal forma que el modelo de los tres estados se muestra más bien inadecuado para comprender este periodo de la historia de la ciencia.

Recordemos que John Maynard Keynes, a diferencia de lo que los historiadores habían pensado hasta hace más bien poco, escribió que Newton no fue el primero de la Edad de la Razón, sino el último de los magos, el último niño prodigio a quien los magos le podrían haber rendido un sincero y apropiado homenaje.
¿Por qué llamarlo mago? “Porque contemplaba al universo y todo lo que en él se contiene como un enigma, como un secreto que podía leerse aplicando el pensamiento puro a cierta evidencia, a ciertos indicios místicos que Dios había diseminado por el mundo para permitir una especie de búsqueda del tesoro filosófico a la hermandad esotérica. Creía que una parte de dichos indicios debía encontrarse en la evidencia de los cielos y en la constitución de los elementos, y la otra en ciertos escritos y tradiciones transmitidos por los miembros de una hermandad, en una cadena ininterrumpida desde la original revelación críptica, en Babilonia. Consideraba al universo como un criptograma trazado por el Todopoderoso...”

El profesor Krempe se sorprendía de encontrar en Frankenstein a un discípulo de Paracelso. Krempe ignoraba que aquel alquimista había influido en el propio Newton. Charles Webster, en el libro ya mencionado, afirma que Paracelso y Newton no vivieron en mundos intelectualmente ajenos, que las ideas del primero no se volvieron anticuadas con el surgimiento de la filosofía mecanicista en el siglo XVII.
Por otro lado, Frank E. Manuel dice: “Cuanto más se examinan las obras teológicas, cronológicas y mitológicas de Newton como un todo, puestas a la par de su ciencia, más claro se observa que en sus momentos de grandeza se vio a sí mismo como el último de los intérpretes de la voluntad de Dios en acción, viviendo en la víspera de la consumación de los tiempos.”

Otros personajes que protagonizaron la revolución copernicana -como Kepler- también se dedicaron a cuestiones esotéricas, alquímicas y teológicas. En suma, Krempe se habría sorprendido de enterarse de que Newton –el racionalista y mecanicista, el más grande científico de la historia, el filósofo que culminó la transformación intelectual que dio nacimiento a la ciencia moderna- tenía como meta unir la teología, la alquimia y la filosofía natural. La historia de la ciencia debe ser revisada...


Hacia una mejor comprensión de la revolución copernicana

Recordemos un poco la obra de Thomas Kuhn: La estructura de las revoluciones científicas.
Una cosa es la cronología y otra la historia. Y la historia de la ciencia no ha podido escribirse de forma correcta debido a que no se han hecho las preguntas adecuadas, hasta ahora las preguntas se han hecho siguiendo el estereotipo surgido de los libros de texto científicos. De estos libros se saca la conclusión de que la ciencia es progresiva y acumulativa.

Pero esta manera de hacer historia es cada vez más difícil. Ver a la ciencia como una empresa acumulativa pone en serias dificultades a los historiadores. Existen ideas que ahora no son tomadas en cuenta por los científicos (las han desechado ya que se consideran erróneas) pero que en su momento formaron parte del conocimiento científico, “si esas creencias anticuadas deben denominarse mitos, entonces éstos se pueden producir por medio de los mismos tipos de razones que conducen, en la actualidad, al conocimiento científico. Por otra parte, si debemos considerarlos como ciencia, entonces ésta habrá incluido conjuntos de creencias absolutamente incompatibles con las que tenemos en la actualidad.”

Para Kuhn, la revolución historiográfica está iniciando. Los historiadores han comenzado “a trazar líneas diferentes de desarrollo para las ciencias que, frecuentemente, nada tienen de acumulativas”.

Lo que a fin de cuentas pretende Kuhn en su libro es mostrarnos una nueva imagen de la ciencia. Para Kuhn, como ya vimos en otro escrito, la ciencia avanza cambiando de paradigmas; el cambio de uno a otro, no es sino una ruptura.

Por su parte Elías Trabulse, en su libro Historia de la ciencia en México, llama simplista al modelo progresivo y acumulativo de la ciencia: “Su esquema formal es sencillo y fácil de captar en sus líneas generales. Su adopción, su adaptación y manejo tampoco resultan complicados. Su estructura lógica es cautivadora para cualquier mente filosófica, lógica o científica ya que nos es familiar en sus postulados y en sus conclusiones. Sin embargo, difícilmente resiste a la crítica cuando se ha analizado un período determinado de la historia de la ciencia o cuando se ha abordado el estudio de un tema cualquiera. La realidad del pasado científico de la humanidad parece ser más compleja por estar más sujeta a cierto tipo de variables hasta hace poco descartadas de los esquemas de la historiografía positiva. Aunque contemplamos en conjunto toda esa trayectoria científica del ser humano es obvio que los patrones positivistas se muestran inconsistentes al intentar definiciones generales a todos los períodos y a todos los lugares. En estos últimos años dentro de las diversas corrientes de la historiografía de las ciencias han comenzado a percibirse otras tendencias que no consideran a la ciencia como un saber puramente acumulativo y a su historia como el relato de ese proceso de acumulación.”

Trabulse hace un esbozo de algunas de esas otras interpretaciones. Mencionaré sólo los tres tipos de mentalidad científica que se distinguen durante la revolución copernicana: organicista, hermética y mecanicista.

El historiador no deja de señalar que estos tres tipos de mentalidad “representan evidentemente esquemas simplificados ya que desde el siglo XVI hasta mediados del XVIII, la simple confrontación de unos con otros produjo múltiples variantes e interrelaciones, así como diversos subgrupos y distintas escuelas de pensamiento. En realidad, la división convencional en tres tradiciones exclusivamente sólo intenta señalar que la revolución científica se dio en el contexto no de una sino de varias estructuras de pensamiento. Cada una de éstas tuvo su peculiar método de experimentación así como su propio lenguaje.”

Afirma que el método empírico privativo de la ciencia moderna fue desarrollado por las tradiciones hermética y mecanicista.

Sobre el lenguaje de cada una de ellas leemos lo siguiente: La tradición hermética tenía un lenguaje esotérico, tal lenguaje viene de la alquimia, la astrología y la ciencia de los números. El lenguaje de la tradición organicista es metafísico, sus conceptos (sustancia, accidente, materia, forma, esencia y existencia, por ejemplo) vienen de las concepciones aristotélicas. La tradición mecanicista empleaba un lenguaje claro y directo, éste se terminaría imponiendo, gracias en gran parte a las matemáticas.

Sobre este asunto del lenguaje, añade: “Muchas veces, sobre todo, dentro de la corriente hermética, los términos utilizados parecen estar cargados de magia, superstición y fantasía, pero un análisis más detallado y circunspecto puede revelar toda una interpretación de la naturaleza no carente de precisión y objetividad.”

El científico hermético se veía como un iniciado que debía descubrir los misterios del cosmos. “En esta labor había que buscar los enlaces ocultos, las tramas invisibles de los fenómenos, las relaciones numéricas y matemáticas que explicaban la armonía del cosmos, ya que los secretos del universo habían sido escritos por Dios en lenguaje matemático y místico. Toda esta concepción del mundo físico tuvo imponderables consecuencias en el campo de las ciencias. Figuras como Copérnico, Tycho Brahe y Kepler, en astronomía; Paracelso, Glauber y Van Helmont, en química y medicina; y Gilbert en física, no son sino unos cuantos nombres de relieve dentro de la gran cantidad de científicos que se sintieron atraídos por esta corriente, la cual, a simple vista, parecía ser la menos racional y lógica de las tres, pero que a la luz de sus contribuciones a la revolución científica del siglo XVII, bien pudiera ser que comparta, junto con las doctrinas mecanicistas, un lugar preeminente. Todavía quedan por evaluar las aportaciones de lo que podríamos denominar corriente hermético-mecanicista a la eclosión científica de ese siglo.”

Como más arriba señalaba, la corriente mecanicista se impuso en todas las ramas de la ciencia. “Sus demostraciones eran claras y matemáticamente impecables e inteligibles. A ella se adscribieron figuras como Galileo, Mersenne, Descartes y Newton, aunque cabe señalar que a veces en la obra de estos sabios apuntan destellos herméticos que resultan interesantes. El rigor y claridad de sus trabajos hizo que los paradigmas mecanicistas triunfaran definitivamente hacia mediados del siglo XVIII. Desde entonces las ciencias se rigen en base a sus hipótesis y teorías.”

Charles Webster trata de comprender la forma en que coexistieron en el pensamiento de los filósofos de la naturaleza las profecías, la demonología, la cosmología, la alquimia, la medicina, la teología, la brujería y la física.

Webster afirma que hay varias teorías que tratan de explicar el interés que los científicos de aquella época tenían en lo esotérico; una de esas teorías hace referencia a la personalidad de los filósofos de la naturaleza, se les acusa de ser inconsistentes en la práctica del ideal ilustrado. No está de acuerdo: “Es más realista aceptar la duración de la influencia de figuras como Paracelso y reconocer que los científicos de generaciones posteriores no consideraban por fuerza las ideas de la tradición no mecanicista como reliquias de una edad oscura fuera de moda y científicamente improductiva. Sólo hasta hace poco los historiadores de la ciencia, debido en gran medida a estímulos externos, han comenzado a darse cuenta de las desventajas que significa para su profesión eliminar de la historia a figuras como Paracelso.”

REFERENCIAS

Shelley Mary, Frankenstein, Plaza & Janes, España, 1995.
Comte Augusto, La filosofía positiva, Editorial Porrúa, México, 2003.
Webster Charles, De Paracelso a Newton. La magia en la creación de la ciencia moderna, Fondo de Cultura Económica, México, 1993.
Varios Autores, Newton, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México, 1982.
Kuhn Thomas, La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, 1975, México.
Trabulse Elías, La historia de la ciencia en México, Fondo de Cultura Económica, México.

miércoles, agosto 06, 2008

Las del recuerdo

En libre pensar leí que Phil Plait es el nuevo presidente de la James Randi Educational Foundation. En la nota podemos leer las siguientes palabras de Plait:

"Verán, James 'The amazing' Randi ha sido siempre un héroe para mí. Y, claro, no soy el único. En cada una de las conferencias de Randi, veo a gente aproximarse a él con timidez o boquiabiertos, o sólo, bueno, asombrados. Para decirle esto: Randi cambió sus vidas. Randi les enseñó cómo pensar por sí mismos. Randi les enseñó el mundo como es."

Hace algunos años tuve la suerte de asistir a una conferencia del "asombroso Randi", eso fue en junio de 1999, cuando el mago-escéptico estuvo de visita en México. Las fotografías de esta entrada las tomé durante la conferencia que dio en el Club de Periodistas, Mario Méndez Acosta fue el organizador.

“El sorprendente Randi” afirmó que viaja por el mundo diciendo cosas que la gente ya debería saber (entre ellas que Elvis está muerto). Habló del reto del millón de dólares: todos los payasos de lo paranormal tienen todavía la oportunidad de quitarle a Randi un millón de dólares (el reto está próximo a llegar a su fin).


Con sus "poderes paranormales" dobló una cuchara.


Propuso una explicación al "milagro" de la sangre de San Genaro. Incluso llevó una sustancia que se comporta de forma tan milagrosa como la famosa "sangre".


Cambió -de forma sobrenatural, claro- la hora del reloj de uno de los asistentes y realizó otras demostraciones de sus poderes mágicos.

Mostró un video en el que se le puede ver realizando una “cirugía psíquica”. Y expuso la forma en que desenmascaró a Peter Poppof, quien afirma comunicarse con Dios y realizar curaciones milagrosas. En esta entrada del blog Cerebros no lavados se puede ver un documental sobre estas investigaciones de Randi.
Y, claro, me firmó su libro. Muy agradable y simpático James "The Amazing" Randi (los charlatanes no estarán de acuerdo con mi afirmación).