miércoles, febrero 08, 2006

Sobre las experiencias que pertenecen al silencio



De lo que no se puede hablar hay que callar
Ludwig Wittgenstein


El protagonista de Lumydia, cuento de ciencia ficción escrito por Irving Rofeé, se ve obligado a ingresar a la cápsula que lo mantendrá en hibernación hasta que alguien lo encuentre. ¿La razón? Su nave se ha impactado con un meteorito. “Es la botella arrojada al mar por el náufrago. En este caso, la botella y el náufrago son la misma cosa”.

Después de un tiempo la cápsula cae en un planeta. Aquel hombre ignora que lo que está a punto de sucederle cambiará su vida para siempre.

Ludwig Wittgenstein lo comprendió y sobre eso trató su filosofía. El filósofo anotó: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Un intento de decir lo indecible, eso es su Tractatus Logico-Philosophicus. Paul Engelmann anotó: “Toda una generación de discípulos pudo tomar a Wittgenstein como un positivista porque tiene algo de enorme importancia en común con los positivistas: traza la línea entre aquello de lo que podemos hablar y aquello sobre lo que debemos guardar silencio. El positivismo sostiene –y ésta es su esencia- que aquello de lo que podemos hablar es todo lo que importa en la vida. Mientras que Wittgenstein cree apasionadamente que todo lo que realmente importa en la vida humana es aquello sobre lo que, desde su punto de vista, debemos callar.” Wittgenstein tuvo experiencias que le hicieron chocar con los límites del lenguaje, y “Este chocar con los límites de nuestra jaula es una empresa que no tiene ningún porvenir”. El protagonista de Lumydia -en una lejana, exótica y fascinante tierra- comprende lo anterior.

“Hasta hoy en día, los contactos entre humanos y otras inteligencias han sido poquísimos, pero los suficientes para convencernos que la elaboración de testimonios es una tarea casi vana: describir con nuestras palabras lo que no conocemos equivale a reducir, a amputar la suma total de las percepciones. De ahí que los lingüistas trabajen afanosamente en encontrar nuevas palabras que tardan años en incorporarse al lenguaje cotidiano, y que, de cualquier modo son tan insuficientes como las anteriores. De ahí que los humanos nos hemos resignado a nuestras pobres descripciones, a comprimir en –a lo sumo- cuatro dimensiones lo que cabe en cientos o miles”.

El viajero sabe que alguien ha estado junto a él. “Su presencia era tenue, como una exhalación. Aunque no había en ese ser nada discernible, yo sabía que era tierno, que me inspiraba... amor”.

Por más de dos semanas estuvo semiinconsciente. Se le informa que, en su momento, será ayudado a alcanzar la base humana más cercana (se le dará un motor de gravitones).

Explora el lugar. “Conocí los jardines líquidos y los quietos lagos de peróxido, las montañas invertidas y las planicies de cuarzo macizo”.

Un día aquel hombre piensa en sus seres queridos, es cuando experimenta lo que nunca había siquiera imaginado.

“Entonces ella me ¿tocó? Tocó mi nostalgia, la acarició, la hizo más tolerable. Supe que yo también podía tocarla, y pude sentir al tacto sus alegrías, sus tristezas, sus opciones, su ternura. Nuestras almas se convirtieron en zonas erógenas”.

Ningún orgasmo que hubiera sentido hasta entonces podía comparase con lo que sintió a continuación.

“Luego el tacto pasó a nuestros cuerpos, tan sólidos y tangibles como nuestras emociones. Se repitió la sensación que tuve cuando recuperaba penosamente la conciencia, la misma imbricación de percepciones, aunque ahora se duplicaron: su tacto y mi gusto, mi vista y su perfume, sentí su oído y ella saboreó mi sexo. Nos sentimos dos en uno y uno en dos hasta el infinito, atravesé pasadizos, ella recorrió columnas, nos remontamos por los paisajes que sólo en su planeta existían, navegamos y descendimos en remolinos, para emerger en la cumbre de las mestas de cuarzo, donde yacíamos inertes hasta que el juego se reiniciaba, una y otra vez, hasta el desfallecimiento de ambos”.

Parte del planeta rumbo a la base humana más cercana. Una vez que llega, le resulta sumamente difícil reintegrase a su vida normal, todo le parece burdo y sin matices. Sus relaciones amorosas terminan abruptamente ante el recuerdo de aquella a la que llama Lumydia. Su nueva capacidad no es bien recibida: “Algunas mujeres retrocedían horrorizadas ante la idea de que yo fuera capaz de establecer contacto amoroso con las zonas más profundas de sus emociones y me llamaban simbiótico, invasor, demoníaco”.

Dos años después convence a sus congéneres de visitar aquella tierra que no sale de sus pensamientos, el paraíso que extraña. Cree que sus compañeros de viaje cambiarán sus perspectivas, que expandirán sus horizontes tal y como él lo hizo. Error. ¡Ellos no comprenden! Tienen atrofiada el alma debido a sus grises existencias y a su racionalidad fría y estrecha. Su frustración no puede ser mayor... Toma una terrible decisión.

Lumydia aparece en el primer volumen de la antología Más allá de lo imaginado (publicada en 1991 por el Fondo Editorial “Tierra Adentro”).

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