viernes, noviembre 18, 2005

El poder del pensamiento correcto


Hay quienes erróneamente consideran que los libros de superación personal no son más que productos chatarra. Estas personas se encuentran muy lejos de poder apreciar el tesoro que se encuentra en esas obras.

¿Quién no ha tenido un mal pensamiento en algún momento de su vida? ¿Quién no se ha atrevido a cuestionar por algunos segundos la existencia del Todopoderoso? ¿Quién no se ha detenido a observar por más de tres segundos alguna revista indecorosa? ¿Quién no ha jugado a imaginar que participa en uno de esos bailes eróticos tan de moda entre ciertos sectores de la juventud?

Los pensamientos incorrectos o indecentes pueden producir mucho sufrimiento, quienes los hemos experimentado lo sabemos. Sí, yo también los he tenido; no se espante el lector, no es motivo de vergüenza el reconocer nuestras flaquezas. La diferencia entre quienes viven sumidos en la inmoralidad y quienes procedemos rectamente no consiste en que los primeros tengan pensamientos sucios y los segundos no, sino en la forma en que tratamos esos pensamientos. Los árbitros de la moral no nos permitimos jugar con las ideas lascivas, obscenas o pecaminosas; apartamos esas ideas lo más pronto posible, no nos permitimos fantasear con ellas.

“¿Y cómo podemos quitar de nuestra mente esas molestas visitas inesperadas?” se preguntara el lector. He aquí mi respuesta: lea la mayor cantidad posible de “reflexiones de vida” y piense en ellas cada vez que en su mente entré una de esas fastidiosas e inoportunas imágenes.

Soy generoso, y es por ello que compartiré con mis hermanos (aquellos que están leyendo estas líneas) algunas de esas reflexiones de vida; la de hoy fue escrita por Philip K. Dick, maestro del sano pensamiento y del sano entendimiento (no podía ser de otro modo pues escribía ciencia ficción), aparece en Valis.

Cada vez que su mente se encuentre fabricando un mal pensamiento, tenga presente las siguientes palabras (memorícelas si desea mejores resultados, o llévelas escritas en una pequeña tarjeta para que pueda releerlas cuando lo considere oportuno), imagine lo que el autor describe, guarde el mensaje en su corazón y pronto descubrirá el poder del pensamiento correcto.

Me recuerda a una muchacha que estaba muriéndose de cáncer. Fui a verla al hospital y no la reconocí; sentada en la cama, parecía un hombrecito lampiño. La quimioterapia había hecho que se hinchara como una uva inmensa. El cáncer y el tratamiento a que había sido sometida la habían dejado virtualmente ciega, casi sorda. Sufría continuos ataques y cuando me incliné sobre ella para preguntarle cómo se sentía, me contestó cuando pudo comprender mi pregunta:

-Siento que Dios me está curando.

Tenía vocación religiosa y proyectaba entrar en alguna orden. Sobre la mesita de metal que había junto a su cama alguien le había dejado un rosario. En mi opinión un letrero que dijera QUE DIOS SE VAYA A LA MIERDA habría sido más adecuado. El rosario no lo era en absoluto.

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