jueves, octubre 27, 2005

¿Son los homosexuales las víctimas favoritas de los vampiros?


En esta entrada pasamos de la ciencia ficción a la literatura sobre vampiros para ver lo que encontramos sobre la homosexualidad.

¿Qué mejor modo para conocer íntimamente a un vampiro que teniéndole como paciente cuando se es psiquiatra? Edward Lewis Weyland es un vampiro dedicado a la antropología, estaba a cargo del laboratorio de los sueños del Centro Cayslin para el Estudio del Hombre, y para poder regresar a su puesto debe asistir a una terapia con la doctora Floria; es así como sus miedos, sus odios, sus frustraciones y su vida sexual quedan al descubierto. ¿Fascinante? Sí, pero también terrible.

Este curioso encuentro lo describe Suzy McKee Charnas en El tapiz del unicornio, obra que aparece en el número 6 de Horror, de la serie Gran Súper Terror de Martínez Roca.

Edward le habla a su psiquiatra sobre su forma de cazar:

-Muy bien, ya que insiste... Durante el verano en la ciudad hay un gran número de posibilidades. Quienes son demasiado pobres para tener aire acondicionado duermen en las terrazas y en las escaleras de incendio. Claro que muchas veces me he encontrado con que su sangre se ha vuelto amarga debido a las drogas o el licor. Puede decirse lo mismo de las prostitutas. Los bares están llenos de gente accesible pero también de humo y ruidos, y también allí la sangre está contaminada. Debo escoger cuidadosamente mis terrenos de caza. Suelo acudir a exposiciones en galerías de arte o museos, o a los grandes almacenes a última hora..., lugares donde es fácil acercarse a las mujeres.
-¿Sólo mujeres?
-Normalmente el cazar mujeres ocupa mucho tiempo y puede ser caro. La mejor caza se encuentra en la parte de Central Park que llaman la Rambla, donde los homosexuales buscan encuentros con otros de su clase. También suelo pasar por allí de noche.

La doctora le interrumpe pues ha terminado la consulta, el vampiro le pide tiempo para detallar su respuesta:

-Sólo un instante más –dijo él con voz fría-. Usted me lo ha preguntado; deje que termine de responder. En la Rambla encuentro alguien que no apesta a drogas o a licor, que parece saludable y que no insiste en “hacerlo” allí mismo, entre los arbustos. Invito a ese hombre a mi hotel. Me juzga seguro: más viejo y más débil que él, no parece probable que resulte ser un maníaco peligroso. Por eso acude a mi habitación. Me alimento con su sangre.

En la siguiente sesión se reanuda el tema:

-Cuando entabla relación con alguien en la Rambla, ¿se trata de un encuentro pagado?
-Normalmente, sí.
-¿Qué siente al tener que pagar?
Esperaba odio, irritación. Él se encogió levemente de hombros.
-¿Por qué no? Otros trabajan para ganarse el sustento. De hecho, yo también trabajo, y muy duramente. ¿Por qué no debería utilizar mis ingresos para conseguir lo que necesito como alimento?

Más adelante le pregunta sobre la forma en que suele atacar:

-Hay un sitio en el cuello..., aquí, donde la presión puede interrumpir el flujo de sangre al cerebro y causar la inconsciencia. Acercarse lo bastante para administrar tal presión no resulta difícil.
-¿Hace eso antes o después de la actividad sexual, sea ésta del tipo que sea?
-Antes, si es posible –le dijo él con voz áspera-, y sustituyendo a dicha actividad.
-Suele escoger como presas a los hombres con preferencia a las mujeres?
-Ciertamente. Tomo lo más fácil. Los hombres siempre han resultado más accesibles que las mujeres, porque éstas han sido encerradas entre muros cual si fueran tesoros, o han quedado tan destrozadas físicamente por los partos repetidos que no eran una presa demasiado sana para mí. Todo esto ha empezado a cambiar recientemente, pero los homosexuales siguen siendo la presa más sencilla. –Mientras ella seguía recobrándose de la sorpresa que le había causado tan imprevisible como extraño esbozo de la historia femenina, él siguió hablando en voz baja y suave-: Cuan cuidadosamente controla usted su expresión, doctora Landauer... Ni una sola señal de disgusto o desaprobación.
Se dio cuenta de que en realidad sí desaprobaba su conducta. Habría preferido que no mantuviera ningún tipo de relación sexual con hombres. Oh, al diablo.
-Y, sin duda, me ve usted como alguien que escoge a sus víctimas entre quienes ya lo son –añadió él-. Así es el mundo. Un lobo siempre mata a las reses más débiles, las que se encuentran separadas del rebaño. Los homosexuales no gozan de igual protección que otros miembros del rebaño humano y, al mismo tiempo, se les anima para que se delaten como tales, dándose a conocer y estando siempre disponibles. Por otra parte, a diferencia del lobo, yo puedo alimentarme sin matar y estas víctimas en particular no representan para mí ningún tipo de amenaza que pueda impulsarme a ello. Siendo exiliados de la sociedad, aunque comprendan cuál es el auténtico propósito de mi presencia entre ellos, no pueden acusarme de modo efectivo.
¡Dios, de qué forma tan limpia, tan completa e implacable ponía distancia entre él mismo y la comunidad homosexual!
-¿Y qué siente usted hacia sus propósitos, Edward..., lo que esperan sexualmente de usted?
-Exactamente lo mismo que siento ante las expectativas sexuales de las mujeres que decido perseguir: no me interesan. Además, cuando mi hambre se despierta la excitación sexual me resulta imposible. Mi falta de respuesta física no parece sorprender a nadie. Se diría que en un hombre de cabellos grises la impotencia es algo que debe esperarse, y eso conviene admirablemente a mis intenciones.


El vampiro habla de su vida sexual en otra sesión:

-¿Bajo qué circunstancias se encuentra usted sexualmente excitado?
-Normalmente al despertar del sueño –dijo con indiferencia Weyland.
-¿Y qué hace al respecto?
-Lo mismo que los demás. No estoy lisiado y tengo manos.
-¿Tiene fantasías en ese momento?
-No. Las mujeres y, en cuanto a eso, también los hombres, me atraen muy poco, ya sea en la fantasía o en la realidad.
-Ah... ¿Qué hay de las hembras de vampiro? –dijo ella, intentando no sonar demasiado estúpida.
-No conozco a ninguna.
Por supuesto: la contestación más sencilla del libro.
-Supongo que no deben ser necesarias para la reproducción dado que la gente muerta por la mordedura de un vampiro se convierte también en vampiro.
-Tonterías –dijo él con el ceño fruncido-. No soy una enfermedad contagiosa.

Weyland explica que desconoce cómo se reproducen los vampiros, y que su equipo sexual es sólo una forma de mimetismo biológico; también explica que no siente deseos por tener sexo con los seres humanos, al igual que un ser humano normal no siente deseos de aparearse con una de las reses que come. El vampiro descrito por Suzy McKee odia a los seres humanos por depender de ellos para sobrevivir:

Los humanos son mi alimento. Saco la vida de sus venas. A veces les mato. Soy superior a ellos, más grande. Y, sin embargo, debo pasar el tiempo pensando en sus costumbres y en sus impulsos, haciendo planes para evitar los peligros que representan..., les odio.

Una noche la doctora Floria tiene un sueño erótico con el vampiro, esto le lleva a reflexionar. Cuando alguien se dirige sexualmente hacia Weyland, eso representa una señal de que su técnica de caza ha logrado poner dentro de su radio de acción una posible víctima y puede que eso despierte su apetito de sangre. No quiero eso. Yo no soy comida. Soy una persona.

La doctora Floria pasa por momentos difíciles: su vida personal (familiar) está en crisis y sus proyectos profesionales van bastante mal; y en esas circunstancias trata de ayudar al vampiro que ha llegado a su diván... En realidad ambos se beneficiarán con sus encuentros.

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