jueves, agosto 18, 2005

EL FABRICANTE
(Quinta y última parte)



Si así lo desea, el hombre puede dominar los cielos



El hombre es una criatura que ha recibido
la orden de transformarse en Dios.
San Basilio.


No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal,
con el fin de que –casi libre y soberano artífice de ti mismo-
te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido.
Podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los brutos; podrás
-de acuerdo con la decisión de tu voluntad- regenerarte hacia las
cosas superiores que son divinas.
Pico Della Mirandola, Oratio de hominis dignitate.


“...Efectivamente, tal y como te he dado a entender, no soy un simple mortal. Se supone que por mi naturaleza no debería estar del lado de los que algún día morirán, pero los dioses no merecen que esté de su lado, siempre me han considerado su enemigo, así me trataron, así es como siempre los he tratado... Ha llegado el momento de que tengas el conocimiento, has demostrado ser lo suficientemente inteligente como para que te lo confíe, los humanos como tú me simpatizan... Eritis sicut Dii... El plomo se transforma en oro. Lenguaje hermético. Metáforas. No todo hombre merece el conocimiento. La ciencia es para los iniciados... Recuerda que quien intente descifrar literalmente lo que los filósofos herméticos han escrito, se perderá en los meandros de un laberinto del que no saldrá jamás. Ten en mente que es sabio quien domina el arte de la hermenéutica. Bien cierto es lo que Fulcanelli dejo escrito: El crisol es, en efecto, el lugar donde la materia prima sufre la pasión, como el propio Cristo. Allí muere para renacer purificada, sublimada, transmutada... El plomo son los hombres como tú. El oro son los dioses. La piedra filosofal es el procedimiento por el que el plomo se transforma en oro... La alquimia es el arte de la transmutación del hombre a un estado diferente, a un estado superior. En su aspecto más elevado la alquimia enseña cómo de un ser humano se puede hacer un dios... Más adelante encontraras las técnicas, los procedimientos, por ahora deseo explicarte algunas cosas... Ni hombre ni dios, mi alma es en parte divina pero nunca me convertiré en uno de ellos, soy un híbrido y jamás podré superar esa situación, mi inferioridad, mi soledad... pero tú podrás dejar atrás lo que hoy eres, si lo deseas podrás morir como hombre y revivir, renacer como algo más grande, algo mejor; tienes lo necesario, tienes todas las cualidades, las características necesarias; no cualquier hombre está llamado a subir al cielo... Puedes, si así lo deseas, si así te lo indica tu corazón, seguir los pasos de J. C. Barchusen: El suplicio del fuego, que dura varios días, produce la maduración de la piedra, que se ve encaminada así hacia su perfección y su resurrección; después de un largo martirio y no menos sufrimientos, heme aquí resucitado, puro y sin tacha... Cuando termines de leer esta carta tu vida peligrará, los dioses se creen con derecho a decidir quién se transforma en dios y quién no, al darte las herramientas para que lo logres me estoy comportando como lo que siempre he sido: un rebelde... mi vida también peligra pero preocuparme por ello sería una estupidez, debemos tener el coraje para trascendernos... no estoy seguro de que desees transformarte en un dios, no sé lo que harás con esta información, pero esa será tu decisión... Tienes la oportunidad de trascenderte... tienes la oportunidad de transformarte en un Adepto, un alquimista que ha podido tener en su poder la piedra filosofal... Transformar plomo en oro... algunos hombres pueden convertirse en dioses... esa es la Gran Obra, la obra que conecta la Tierra con el Cielo, lo mundano con lo divino... recuerda las palabras que el maestro Hermes Trismegisto dejara escritas en la Tabla de Esmeralda: Verdadero es sin mancha de falsedad, cierto y muy verdadero, que lo que está abajo es como lo que está arriba, y así se cumplen los milagros de una sola cosa...”

Extracto de la última carta que Papadópulos le escribiera a su discípulo.

Más interrogantes que respuestas invadieron la mente del joven al que iba dirigida la carta. Papadópulos le revelaba algo extraordinario: la profunda conexión que existe entre los hombres y los dioses. Siempre le habían dicho que los dioses eran los padres de los hombres, y ahora... ¿Cuál es el verdadero origen de unos y otros?

Los diálogos le parecieron adecuados: “Si luego, Sócrates, entre las muchas opiniones acerca de los dioses y de la generación del universo, no somos capaces de dar nociones que sean en conjunto y a cada respecto exactas y coherentes entre sí, no te sorprendas. Bastante es si aducimos probabilidades...”

El último movimiento del aprendiz en este juego de ajedrez cósmico fue intentar comunicar aquello a la Academia. Más importante que aquella metamorfosis que se le ofrecía era –para él- que Papadópulos pasase a la historia del conocimiento, que el trabajo de su amado maestro fuera valorado. Si actuaba correcta o incorrectamente el tiempo lo diría. La moneda estaba en el aire. Tanto el aprendiz como los dioses habían ya hecho su apuesta.


“He aquí al hombre hecho como uno de nosotros...” Génesis 3:22

No hay comentarios.: