miércoles, julio 13, 2005

¿UN AMOR QUE MATA?



Lejos de ser un tema poco abordado en la ciencia ficción, la homosexualidad ha sido tratada en un gran número de trabajos. Quienes en México escriben ficción científica también han explorado el homoerotismo.

La palabra fanzine –explica Andrés Tonini- es una contracción de dos palabras inglesas: fan (aficionado) y magazine (revista), por lo cual un zine –para abreviar aún más-, es una publicación no profesional que es editada por un aficionado –o por un grupo de ellos-, dedicada generalmente a un tema específico, como pueden ser las historietas, las películas del Santo, el movimiento punk, el más puro gore, o como en nuestro caso, la Ciencia Ficción y otras literaturas alternativas.

Andrés Tonini era el editor del fanzine ¡Nanual!, ciencia ficción, fantasía... y lo que caiga, dicho fanzine se elaboraba en la legendaria y queridísima Facultad de Ciencias de la UNAM.

¡Nahual! ocupó un lugar importante dentro de la ciencia ficción mexicana. El mismo Tonini dice: “El ¡Nahual! era un fanzine de Ciencia Ficción, Fantasía y Horror (entre otras cosas), fundado por un grupo de amigos de la Facultad de Ciencias de la UNAM. A lo largo de su corta historia fueron y vinieron diversos colaboradores, sin embargo, los más constantes fueron: Juan Carlos Estrada, Omar Hebertt, JaEr!, Isaac González, Gerardo Sifuentes, entre otros. Se publicaron principalmente cuentos de ciencia ficción, fantasía y terror”.

El fanzine llegó al número seis. Pero Tonini no se quedó con los brazos cruzados, regresó a las andadas con El oscuro retorno del hijo del ¡Nahual! Una publicación electrónica (en formato PDF para leerse con programa Acrobat Reader).

En 1977 la revista Ciencia y Desarrollo (del Conacyt) comienza a publicar relatos de ciencia ficción, en 1983 publican la obra de un autor mexicano, La tía Panchita de Antonio Ortiz. En 1984 aparece la convocatoria del primer Concurso Nacional Puebla de Cuento de Ciencia Ficción. El primer cuento ganador fue La pequeña guerra, del periodista Mauricio José Schwarz. Gabriela Rábago Palafox obtuvo este premio en 1988 con su relato Pandemia, y en esta obra se ocupa de la homosexualidad, el SIDA, la ignorancia y los prejuicios.

¡Nahual! le dedicaba un espacio a los cuentos clásicos de cf mexicanos. Pandemia fue el clásico que apareció en el número seis. En dicho número leemos: “Una gran pérdida para la CF mexicana y, ¿por qué no decirlo?, para la literatura general de México, significó el fallecimiento de Gabriela Rábago Palafox en octubre de 1995. Poetisa y escritora, autora, entre otras obras de las novelas Todo ángel es terrible, Federico, y La muerte alquila un cuarto, así como los libros de cuentos La señorita y La voz de la sangre. Gabriela fue también la primera mujer en adjudicarse el Premio Puebla en su quinta edición, allá por 1988, con el relato que ahora les presentamos”.

En el mundo que describe Gabriela la intolerancia y la doble moral están entre los problemas que hay que enfrentar: “Pese a la propaganda oficial contra cualquier clase de discriminación de las personas infectadas, el estigma era un hecho cotidiano que sufrían por igual burgueses y desposeídos, porque los líquidos que extendían el contagio del mal eran el semen y la sangre –es decir, el virus se transmitía preferentemente en la cama-, lo cual determinaba que la voluntad pública convirtiera el asunto médico en cuestión moral (...) La gente de bien –las personas decentes que preponderaban nuestras abuelas-, buscaron protegerse de la infección con oraciones y medallas o palmas benditas (¿no hablarían al respecto las cartas de Fátima?). Evitaron transfusiones de sangre desconocida: nunca como entonces se hizo evidente la diferencia de licores sanguíneos. Rehusaron el roce social con individuos sospechosos. En el fondo de su espíritu dieron gracias a Dios por no ser unos degenerados (...) Frente a las evidencias aplastantes, las familias bien, igual que la gente común, tuvieron que disfrazar de estupor su vergüenza. La población masculina sexualmente activa, comenzó a decrecer de manera alarmante. Además de los solteros, morían los pater familiae, los maridos fotografiados el día de su boda, los curas y los ministros de gobierno. A la comunidad homosexual, que mantenía sólo medio encubierto su estilo de vida, le quedaba el consuelo de una realidad considerablemente más digna -¿qué importaba que los obituarios de los bisexuales hablaran de accidentes fatídicos, ‘antiguos padecimientos’, fallas cardiacas y varios eufemismos por el estilo?”

Los homosexuales tienen que hacer frente a todo esto: “Se habla de que nuestro amor mata, y esto es cierto sólo en parte. A todos vosotros, gais y lesbianas principalmente, que sabemos claramente lo que queremos, y a todas las personas que luchan para conseguir el pleno derecho de nuestro cuerpo; a todos les decimos que el amor o la práctica homosexual no matan y, suponiendo que lo hicieran, preferimos morir de este amor y no a consecuencia de los otros amores que sí matan de verdad. Consideremos el amor de los señores que tienen el poder de las bombas, armas, misiles y centrales nucleares. El amor de estos mismos señores a los medios de comunicación con el fin de anular el cerebro de cada persona y así podernos manipular tranquilamente. El amor del gobierno de los Estados Unidos a las dictaduras que asesinan con toda impunidad. El amor del Vaticano a la decadencia y el estancamiento. ¡Amores todos que sí son verdaderamente terroríficos y destructores!”

Este es el mundo gris que describe Gabriela, un mundo en el que parece haber poco lugar para la esperanza o la alegría, sin embargo los activistas lejos están de abandonar su lucha; ejemplo de ello es el jesuita John J. McNeill, quien a pesar de la homofobia imperante aparece en la televisión para dar su punto de vista: “Durante largo tiempo hemos cargado los hombros de esos hermanos nuestros que se llaman a sí mismos gay, con un pecado inexistente, surgido de un error de traducción. ¿Hasta cuando reconoceremos que el pecado de Sodoma y Gomorra fue la falta de hospitalidad debida a los extranjeros –es decir, la falta de amor- y no el de la lujuria homosexual, como tanto se ha difundido? Nos hemos olvidado del amor y osamos castigar a quienes tal vez sí lo practican, simplemente porque no estamos de acuerdo con sus preferencias sexuales...”

A 17 años de que Gabriela ganara el Puebla ¿qué tanto hemos avanzado como sociedad?, ¿somos más tolerantes?, ¿es nuestro país muy diferente del mundo que imaginó Gabriela?

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